14 de febrero de 2020

Anunciar y confiar


Lc 10, 1-9
"1 Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. 2 Y les dijo: 'La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. 3 Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4 No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. 5 En la casa en que entréis, decid primero: 'Paz a esta casa.' 6 Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. 7 Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. 8 En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; 9 curad los enfermos que haya en ella, y decidles: 'El Reino de Dios está cerca de vosotros.'”

COMENTARIO

Lo que hace el Hijo de Dios en este texto evangélico de San Lucas no es más que cumplir con la misión para la que había sido enviado. Y es que una cosa es que fuera enviado por Dios y otra que nadie más le echara una mano, por decirlo así.
Lo que Jesucristo dice a los que envía no es, por ejemplo, algo así como “Acopiad toda serie de cosas que podáis porque el camino y el esfuerzo serán largos”. No. Hace algo muy distinto que, ahora, debe incumbir a los que ha enviado.
Los enviados deberán confiar en la santísima Providencia de Dios que ha de proveer todo lo que necesiten. Y, es seguro, habrá sitios en los que no serán bien recibidos. Ellos, sin embargo, deberán anunciar la llegada del Reino de Dios. Para ellos han sido enviados.

JESÚS, gracias por haber enviado a tus discípulos a transmitir la Buena Noticia.

Eleuterio Fernández Guzmán

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