5 de septiembre de 2019

Ser pescador de hombres

Lc 4, 38-44

"38 Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. 39 Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. 40 A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. 41 Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: 'Tú eres el Hijo de Dios'. Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 42 Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. 43 Pero él les dijo: 'También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado'. 44 E iba predicando por las sinagogas de Judea."

COMENTARIO

Siendo las cosas como en el tiempo último del mundo, aquel en el que vino al mundo el Hijo de Dios, era de esperar que muchos quisieran escuchar a aquel Maestro que enseñaba con autoridad. Y también lo era que estuviera junto al lago donde duramente se esforzaban los pescadores.

Lo que les dice a sus amigos es muy importante: remar mar adentro. Y es que hacer eso es, primero, mostrar gozo en el esfuerzo que se hace y, luego, tener conocimiento pleno de lo que significa eso: llevar la Palabra de Dios allí donde aún no ha llegado.

Y, por fin, aquello que iba a ser tan importante: ser pescador de hombres era lo que iba a ser Pedro y, claro, todos sus amigos que formaron parte del grupo, pequeño sí, de los que seguían al Hijo de Dios. Y ellos, que aún no comprendían lo que eso iba a significar, aceptaron plenamente aquel mandato.


JESÚS, gracias por haber escogido a Pedro.

Eleuterio Fernández Guzmán

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