17 de septiembre de 2015

Tener fe para ser perdonados

Jueves XXIV del tiempo ordinario


Lc 7,36-50
“En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. 
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: ‘Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora’. Jesús le respondió: ‘Simón, tengo algo que decirte’. Él dijo: ‘Di, maestro’. «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?’. Respondió Simón: ‘Supongo que aquel a quien perdonó más’. Él le dijo: ‘Has juzgado bien’, y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ‘¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra’. 
Y le dijo a ella: ‘Tus pecados quedan perdonados’. Los comensales empezaron a decirse para sí: ‘¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?’. Pero Él dijo a la mujer: ‘Tu fe te ha salvado. Vete en paz’.

COMENTARIO

Jesús aprovecha cada ocasión que se le presenta para enseñar, a los que le escuchan y ven, lo que es importante para un hijo de Dios. Por eso cuando aquella mujer se presenta en aquel banquete es lógico que tuviera una gran oportunidad.

Todos consideraban pecadora  a quien entró y limpió los pies de Jesús. Estaba agradeciendo algo que habría hecho por ella en alguna ocasión. Pero los que tenían el corazón duro no entendían cómo era posible que Jesús no se diera cuenta de quién era.

Pero Jesús sabía a la perfección que aquella mujer tenía mucho por lo que ser perdonada. Y cuando acude al Maestro a mostrarle su fe y su amor con aquel acto de lavarle los pies sabe Cristo que ama mucho y que, por tanto, mucho se le ha de perdonar. Y le perdona sus pecados.


JESÚS, ayúdanos a agradecerte tu bondad y tu misericordia; a no ser egoístas.



Eleuterio Fernández Guzmán

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