10 de septiembre de 2013

Ser, de verdad, de Cristo




Martes XXIII del tiempo ordinario


Lc 6,12-19

En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.”

COMENTARIO

Jesús tiene predilección por el monte para encontrarse con Dios, su Padre. Allí acude siempre que tiene que tomar decisiones importantes. Y es lo que hace en el momento en el que debe escoger a los que serán sus apóstoles.

El poder de Dios estaba en Cristo. Por eso podía hacer cosas que nadie, hasta entonces, había hecho. Curar personas endemoniadas y curar a enfermos de tales enfermedades que se creían insalvables era lo más normal para quien, en realidad, era Dios hecho hombre.

Muchos confiaron en Jesús. Acudían allí donde estaba porque sabían que siempre podían escuchar una palabra sana y una predicación que venía directamente de Dios. Además, dice el texto que las personas querían tocarle. Lo hacían porque tal era su confianza en la persona de Jesús que sabían que quedarían sanados con tal solo tocarle.


JESÚS,  cuando escoges a tus apóstoles lo hacer porque sabes que son los mejores de entre los tuyos. Ayúdanos a situarnos en tal momento para tu corazón.





Eleuterio Fernández Guzmán


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