24 de junio de 2013

Dueños de vidas y haciendas



Pablo Cabellos Llorente








Al leer el título, quizás el amable lector piense que voy a recordar al Conde Lucanor, un buen libro que gusta a Del Bosque. También que desee referirme a los señores feudales que, efectivamente, eran dueños de vidas y haciendas. Incluso pueden recordar a Octavio Paz escribiendo del cacique americano, casi otro modelo de señor feudal. Estos últimos irían menos descaminados respecto a  mi propósito, porque voy a referirme a algunas formas de totalitarismo, que no tienen nada que envidiar a los señores medievales.

Bien recientemente, hemos sufrido totalitarismos engullidores del hombre: Nazismo y Comunismo, del que algunos no han logrado salir, no ya en China o Cuba, sino en las propias naciones democráticas. Y los populismos americanos actuales, tipo Chávez y acompañantes, inspirados en el marxismo de Castro. Para decirlo pronto, me refiero al estatismo  de muchos  países democráticos.

Puede verse en elucidación ideológica: por un lado, la izquierda pensante que ve todo en clave pública, entendiendo por tal lo realizado por el Estado. Pero, como los extremos se tocan, también el Fascismo fue estatista. Y por si fuera poco, hasta esos términos están obsoletos, porque la triste y final realidad es que cada uno -con honrosas excepciones- va a lo suyo. Y si precisan alquilarse a quien tenga poder y dinero, pues lo hacen. Digo alquilarse tomando una idea de Emilio Romero que, acusado de venderse, respondió impertérrito: yo no me vendo, me alquilo. Hay mucha vivienda para arrendar, pero no sé si existen más profesionales en alquiler.

Si alguien suma los que, más o menos legítimamente, viven en este país del Estado, el asunto resulta alarmante: los funcionarios, que son legión, unos muy necesarios y otros absolutamente prescindibles. Una minucia: un parado acude para apuntarse al INEM. El primer día escucha el tradicional vuelva usted mañana, falta un papel. Retorna con el documento. Cola  larga hasta acceder a la ventanilla para cubrir un cuestionario. A cierta altura del rellenado, le dicen que siga en la ventanilla contigua,  no en directo sino volviendo al último de la fila, asunto que se repite una tercera vez hasta  completar la relación. Posiblemente sobraran los tres porque existe Internet.

Hay jueces que no paran, envueltos en papeles, otros se deben a los medios o a la política; oficinistas que no pegan ni sello: conozco  un ingeniero que cuando va a interesarse por uno de esos asuntos eternos, como no admiten preguntas orales, le indican que presente una nueva instancia. Ya lleva tres. Pero podemos ir al nivel de algunos trabajadores municipales o gente que actúa en una obra pública de las pocas existentes, y vemos mucho descanso, mucho pitillo, mucho vinito... Esto lo pagamos todos, pero los primeros en contribuir son sus compañeros que sí trabajan.

Dadas esas pinceladas, continuamos con la suma: los legítimamente jubilados también han de ser mantenidos. Los cargos públicos -por cierto, la mayoría mal pagados- hacen subir el montante a límites increíbles: un gobierno central, diecisiete autonomías, un montón de municipios -algunos yuxtapuestos a otros- con su campo deportivo cubierto y descubierto, piscina, asesores duplicados, secretario, corporación, colegio público, uno frente al otro... Miren todo eso en cada provincia, autonomía, y gobierno e instituciones centrales, también con asesores, diputados, etc., etc., que hasta consumen más barato en los bares de edificios oficiales, sin saberse muy bien por qué. Eso no hay bolsillo que lo aguante: al final de 2012 el 20,78% de los trabajadores eran empleados públicos. Y habían descendido.  Presumo que no cuentan los políticos.

Vayamos a partidos y sindicatos. Aun dejando al margen las malversaciones económicas emergentes cada minuto, ¿por qué razón  han de sostenerse con impuestos de ciudadanos no afiliados al partido o sindicato? Pueden decir que los votan, lo que sólo es una partecita de la verdad porque, ¿qué porcentaje vota en las elecciones sindicales? El de partidos ya lo sabemos. Mas, en todo caso, ¿por qué hemos de pagar a unos señores con dedicación profesional a estos menesteres? Por lo mismo, podíamos pagar a los publicistas, por ejemplo.  Progresa el asombro si avistamos el paro sangrante: ¿Hay alguna encuesta de parados que digan si les ayuda algún sindicato? Los dueños de vidas y haciendas: todo Estado. Sin embargo, la inmensa mayoría trabaja mucho.


¿Por qué escribo todo esto?  Porque son temas éticos presentes en toda boca.  Hay más: ¿qué sentido tiene actualmente -en realidad, nunca- la ostentación en forma de coches aparatosos, comidas sibaritas, indumentaria carísima...? Acabo con dos proposiciones complementarias. Juan Pablo II en "Centesimus annus": "Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por las lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos". Parece que pensaba en la España actual. San Josemaría: "Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo". Pensaba en ti y en mí.

P. Pablo Cabellos Llorente

Publicado en www.lasprovincias.es

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