20 de diciembre de 2012

María, esclava de Dios



Lc 1, 26-38

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’.

Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin’.

María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’. El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios’. Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y el ángel dejándola se fue”.


COMENTARIO

Aquella joven que esperaba casarse con José llevaba una profunda vida de oración. María, con toda seguridad, no podía esperar que le Ángel del Señor se le presentara y la llamase “llena de gracia”. No debería extrañar que se conturbara bastante.

María escucha al Ángel. Es más que probable que estuviera pensando la respuesta que daría a quien se le presentaba pidiéndole algo muy importante. Y ella, en actitud orante, escucha que va a quedar embarazada y tendrá un hijo que será Rey y descendiente de David.

María acepta todo lo que le dice el Ángel Gabriel y acaba por pronunciar aquella palabra que ha facilitado la salvación de la humanidad y que ha hecho posible que la vida eterna no sea un sueño inalcanzable: fiat, hágase. Porque, además, María se llama a sí misma esclava del Señor. Y, en verdad, lo fue.


JESÚS, tu Madre, María, Virgen Inmaculada, dijo sí a tu Ángel. Desde entonces es ejemplo de mansedumbre y de humildad que es lo que, justamente, no somos, muchas veces, nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán


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