Cuando Jesucristo, en Pentecostés, envío a sus discípulos a transmitir la Palabra de Dios y la Buena Noticia lo que hizo fue, dicho pronto, hacer lo propio para que evangelizasen. El mundo tenía que conocer lo que había sucedido en aquella región del planeta y, por eso mismo, era importante que aquellos que habían escuchado y visto al Hijo de Dios fuesen a decir que lo habían escuchado y que lo habían visto.
Así empezó aquella primera evangelización que, como sabemos, se encontró con problemas sin cuento porque, ciertamente, no todo ser humano estaba preparado para recibir la Verdad.
Desde entonces han pasado muchos siglos y, si bien, la Palabra de Dios ha llegado a muchos rincones de la Tierra no es menos cierto que ni ha llegado a todos ni, sobre todo, a los que llegó ha prendido la llama del Amor de Dios y de la Verdad. Es más, incluso en estos últimos se hace necesaria otra evangelización.
Bien podemos decir, entonces, que ahora mismo se sugiere, Benedicto XVI lo ha planteado así, otro Pentecostés, otro movimiento hacia delante con paso firme por parte de los que se consideran hijos de Dios y miembros de la Iglesia que fundó Jesucristo.
El 21 de septiembre de 2010, a través de la Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio” titulada “Ubicumque et Semper”, el Santo Padre vino a referirse a la constitución del Consejo Pontificio Para la Promoción de la Nueva Evangelización” que tenía, tiene, como misión (Art. 3):
1. profundizar el significado teológico y pastoral de la nueva evangelización;
2. promover y favorecer, en estrecha colaboración con las Conferencias episcopales interesadas, que podrán tener un organismo ad hoc, el estudio, la difusión y la puesta en práctica del Magisterio pontificio relativo a las temáticas relacionadas con la nueva evangelización;
3. dar a conocer y sostener iniciativas relacionadas con la nueva evangelización organizadas en las diversas Iglesias particulares y promover la realización de otras nuevas, involucrando también activamente las fuerzas presentes en los institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica, así como en las agregaciones de fieles y en las nuevas comunidades;
4. estudiar y favorecer el uso de las formas modernas de comunicación, como instrumentos para la nueva evangelización;
5. promover el uso del Catecismo de la Iglesia católica, como formulación esencial y completa del contenido de la fe para los hombres de nuestro tiempo.
Hace, ahora, un año que el citado Consejo trabaja para cumplir la misión que se le encomendó y para hacer posible que el otro Pentecostés brille en el mundo con el mismo ánimo como lo hizo el primero pues discípulos somos de Cristo y a Él nos debemos.
A este respecto, en el Ángelus del 18 de septiembre de 2011 dijo Benedicto XVI que “Hoy vivimos en una época de nueva evangelización. Vastos horizontes se abren al anuncio del Evangelio, mientras regiones de antigua tradición cristiana están llamadas a redescubrir la belleza de la fe. Son protagonistas de esta misión hombres y mujeres que, como san Pablo, pueden decir: “Para mí vivir es Cristo”. Personas, familias, comunidades que aceptan trabajar en la viña del Señor, según la imagen del Evangelio de este domingo (cfr Mt 20,1-16). Trabajadores humildes y generosos que no piden otra recompensa que la de participar en la misión de Jesús y de la Iglesia. “Si el vivir en la carne -escribe todavía san Pablo- significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger” (Fil 1,22): si la unión plena con Cristo más allá de la muerte, o el servicio a su cuerpo místico en esta tierra”.
Y ahí estamos nosotros, creyentes que estamos más que seguros de la importancia que tiene el Evangelio y del hecho de que es necesario que se conozca y se ame como merece que se ame Dios, para hacer lo que nos corresponde.
¿Cómo hacer esto?
También responde a esto el entonces cardenal y Prefecto Joseph Ratzinger en una conferencia pronunciada el Congreso de catequistas y profesores de religión, (Roma, 10 de diciembre de 2000): “Ciertamente, debemos usar de modo razonable los métodos modernos para lograr que se nos escuche; o, mejor, para hacer accesible y comprensible la voz del Señor. No buscamos que se nos escuche a nosotros; no queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones; lo que queremos es servir al bien de las personas y de la humanidad, dando espacio a Aquel que es la Vida.
Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor del Evangelio: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibía; si otro viene en su propio nombre, a ese lo recibiréis" (Jn 5, 43).
Lo que distingue al anticristo es el hecho de que habla en su propio nombre. El signo del Hijo es su comunión con el Padre. El Hijo nos introduce en la comunión trinitaria, en el círculo del amor suyo, cuyas personas son "relaciones puras", el acto puro de entregarse y de acogerse. El designio trinitario, visible en el Hijo, que no habla en su nombre, muestra la forma de vida del verdadero evangelizador; más aún, evangelizar no es tanto una forma de hablar; es más bien una forma de vivir: vivir escuchando y ser portavoz del Padre. "No hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga" (Jn 16, 13), dice el Señor sobre el Espíritu Santo “.
No caben, pues, dudas al respecto: métodos actuales pero con la voluntad de siempre de llevar a quien lo necesita al Salvador, no a nosotros mismos; dejar hablar al Espíritu Santo y no pretender ser nosotros los que improvisemos sobre la voluntad de Dios y su Evangelio.
Todo, al respecto de la evangelización, ahora de la que corresponde hacer ahora mismo, está más que dicho. Sólo hace falta creérselo.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital
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