3 de febrero de 2020

El poder del Amor y de la Misericordia


Mc 5, 1-2.6-13.16-20


“1 Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. 2 Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros,
un hombre con espíritu inmundo.

6 Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él 7 y gritó con gran voz: ‘¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.’ 8 Es que él le había dicho: ‘Espíritu inmundo, sal de este hombre.’ 9 Y le preguntó: ‘¿Cuál es tu nombre?’ Le contesta: ‘Mi nombre es Legión, porque somos muchos.’ 10 Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. 11 Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; 12 y le suplicaron: ‘Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.’ 13 Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara - unos 2.0000 se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. 16 Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. 17 Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. 18 Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. 19 Pero no se lo concedió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.’ 20 Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.”



COMENTARIO

No es difícil entender que aquellos que habían visto lo que había hecho Jesucristo con aquel hombre endemoniado se admirasen de lo que estaban viendo. Y es que no es muy común asistir a un exorcismo y, entonces, quedar como si nada se hubiera visto.

El caso es que aquellos demonios conocían al Hijo de Dios. Y eso apuntaba tan certeramente a la verdad que todos deberían haber comprendido (al menos, aquellos que allí estaban) que sí, que el Maestro era el Mesías.

A otro respecto, siempre  podemos ver a Jesucristo caminando de un lado para otro. Y es que debía cumplir con la misión que se le había enviado al mundo y, de ninguna de las maneras iba a decepcionar a su Padre del Cielo.

JESÚS,  gracias por ser misericordioso.

Eleuterio Fernández Guzmán

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