31 de marzo de 2017

Cristo viene enviado por Dios

Viernes IV de Cuaresma
Jn 7,1-2.10.14.25-30


En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.

Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: ‘¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es’. Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: ‘Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado’. Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

COMENTARIO

Conforme se acerca el momento en el que los que perseguían a Jesús se hagan con el poder de matarlo, no son pocos momentos en los que el Hijo de Dios está en boca de todos. Y el caso de hoy es síntoma y expresión de que algo estaba pasando.

Había muchos que sabía, ya se sabía, que los más poderosos querían matar a Jesucristo. Era, digamos, un secreto a voces y eso posibilitaría al Hijo de Dios hablarles de lo de siempre: Él era, en todo caso, el enviado de Dios.

El final de este evangelio es bueno para conocer que todo, al fin y al cabo, estaba escrito. Y es que dice que aún no había llegado la hora en la que sería detenido, juzgado ilegítimamente y, por fin, condenado a muerte. Por ahora sólo le correspondía darse cuenta de que había muchos que lo querían más que mal.


JESÚS, ayúdanos a reconocerte como el Enviado de Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán

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