6 de noviembre de 2012

Confesar, de verdad, la fe




Martes XXXI del tiempo ordinario

Lc 14, 15-24

En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la mesa: ‘¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: ‘Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir’.

‘Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena’”.

COMENTARIO

Es cierto que muchas personas se dicen creyentes porque han sido bautizadas y se siente, como están, en el seno de la Iglesia católica. Por eso no dudan en decir que, en efecto, creen en Dios y que se siente bien dentro de la Esposa de Cristo.

Muchas veces las mismas personas son requeridas para cumplir determinada misión en la misma Iglesia católica a la que dicen pertenecer. Todo, entonces, son excusas y problemas que acuden en defensa de sus cosas. No están, de verdad, a las cosas de Dios.

Nadie debería olvidar que Dios es bueno y es misericordioso pero que, también, es justo y que su justicia es divina. No se equivoca con ninguno de sus hijos porque los conoce a todos. Por eso ha de tener en cuenta lo que hacemos en nuestra supuesta vida de fe.


JESÚS, muchos de los que te siguen no lo hacen con franqueza y mienten en la realidad de su corazón. Por eso muchas veces no somos dignos hermanos tuyos ni, tampoco, dignos hijos de Dios.




Eleuterio Fernández Guzmán


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