19 de octubre de 2012

¡Cuidado con la falsedad ajena!



Viernes XXVIII del tiempo ordinario

Lc 12, 1-7

“En aquel tiempo, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, Jesús se puso a decir primeramente a sus discípulos: ‘Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos’”.

COMENTARIO

Jesús nos previene contra aquellos que, en apariencia, obedecen a Dios pero que, en el fondo de su corazón, pervive la falsedad y el comportamiento contrario a la voluntad del Creador. Estar atentos, pues, a lo que dicen y hacen nos puede reportar un gran beneficio espiritual porque Dios lo ve todo.

Hay algo que es mucho peor que la muerte física. Sabemos que vamos a morir y eso, por lo tanto, no podemos evitarlo. Sin embargo quien pierde el alma en este mundo por avenirse con aquellos que pervierten el corazón y lo pudren ha perdido, sencillamente, la vida eterna.

Dios protege a sus hijos y los ama por encima de todas las cosas y de todas las circunstancias. Por eso mismo no debemos temer a los que pretenden acabar con su descendencia. Sin embargo, sí de aquellos que pueden tener por objetivo quemar nuestra alma. A esos sí.


JESÚS, nos previenes contra aquello o aquellos que no quieren más que hacernos perder la vida eterna. Sin embargo, y a pesar de saber que eso es así, en muchas ocasiones, nos entregamos a sus manos.




Eleuterio Fernández Guzmán


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