20 de octubre de 2011

Vivir el Reino de Dios




Jueves XXIX del tiempo Ordinario





Lc 12,49-53





“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra’”.





COMENTARIO





Se suele decir que ser cristiano no es nada fácil aunque para muchas personas sea fácil serlo. Y es así porque, en realidad, tienen de su fe un sentido algo alicorto y venido a menos y para tales personas ser discípulo de Cristo, como son, no es nada complicado.





Jesús sabía, muy al contrario de lo dicho arriba, que seguirlo era dificultoso si se hacía como era debido hacerlo. Sus palabras encontraron muchos que se le enfrentaron porque no les convenía lo que les decía. La división que traía era, además, necesaria, para saber qué persona amaba a Dios y qué persona no lo amaba.





Dividir el reino de Dios entre los que, de verdad, son discípulos de Cristo y los que sólo lo son en apariencia es algo importante que hizo el Hijo de Dios al venir entre nosotros. No era, eso, nada malo sino algo muy necesario para distinguir el trigo de la cizaña.






JESÚS, bien sabías que entre los que eran tus vecinos y, en general, entre el género humano, hay personas que dicen ser lo que, en verdad, no son, al respecto de su fe. Discernir entre las personas de tal manera que se sepa lo que son es tarea de cada uno de nosotros pero que, sin embargo, muchas veces rehuimos por egoísmo.






Eleuterio Fernández Guzmán





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